martes, 9 de noviembre de 2010

"Un conflicto interior" por Antonio Belmonte


Como si de otra dimensión se tratase, allí estaba yo en aquel lugar cara a cara con él. Cuanto más lo miraba, más crecía en mí la rabia y el odio que le tenía. Casi llegaba a consumirme, sentía la necesidad de deshacerme de él, no quería volver a verle, a oírle, a recordarle y la imposibilidad de conseguirlo me frustraba muchísimo. Todo eso llegó a formar una espiral tan grande de odio y tan comprimida, que estaba a punto de estallar... y en ese momento me sonrió, con esa sonrisa de superioridad y confianza que tanto me sobresaltaba, aunque a la vez envidiaba. Él sabía perfectamente lo que yo pensaba, pero no se esperaba lo que le venia encima, ni siquiera yo lo sabia, pero se me nubló el juicio. Aunque no siempre fue así nuestra relación. Al principio, hace ya mucho tiempo teníamos muy buenas migas. Él me ayudó a desenvolverme en el mundo, en las calles, a vivir de otra manera o mejor dicho a vivir. Pero ahora me doy cuenta de mi engaño, no veía como era él en realidad, simplemente nos dedicábamos a buscar la felicidad en lo prohibido. Esa euforia que siente un niño cuando toca un timbre por la noche y echa a correr era lo que falsamente llenaba mi vida, sólo que nosotros ya no éramos niños ni tocábamos timbres.
Un día, entramos en una tienda a comprar algo de comer y cerveza, el dependiente parecía una persona desgastada por su oficio y un tanto distraído. Cuando ya lo teníamos todo, él se dirigió al mostrador, el dependiente pido 5€ por la compra y cuando fue a pagar saco un arma; el hombre, con la mirada en el suelo, le ofreció la bolsa a cambio de que se largara, entonces apareció un niño detrás nuestra llorando aunque con una lágrima contenida. Yo temí por lo que fuera a pasar, entonces él sonrió al niño con esa sonrisa suya y le apuntó con el arma. Miré al dependiente y caray, nunca había visto un rostro tan entristecido, tan caído, al mirarle casi pude saber cómo se sentía, entonces extendí el brazo y le bajé la mano, la cual ya tenía el dedo en el gatillo, y echamos a correr. Apenas corrimos unos metros cuando un policía me agarró e inmovilizó inmediatamente, él había huido. En el interrogatorio dije que entré a la tienda después de él y le impedía que matase al niño. La policía no me creyó, pero ante la falta de pruebas tuvieron que soltarme.
En aquel momento empecé a abrir los ojos, me di cuenta del tipo de persona que era él. Era un ser despreciable, una persona a la que todo el mundo odiaba; pero permanecía con él. Era la peor de las personas. En ese mismo momento comenzó a generarse aquella espiral, aunque por desgracia también aprendí a vivir con ella. Él seguía maltratando a la gente e incluso matando a personas por el simple hecho de sentirse vivo, hasta que decidí pararle los pies y allí estábamos él y yo cara a cara. Él conocía mis intenciones pero no sabía hasta dónde era capaz de llegar, yo sólo quería perderlo para siempre de mi vista y borrarlo de mi vida así que le dije:
-  Has llegado muy lejos, esto se tiene que acabar.
-  (Él sonrió) ¿Ahora intentas detenerme después de todo lo que he hecho por ti?
-  Eso ya da igual, tienes que parar.
- ¿Todavía no te has dado cuenta verdad?
- ¿Darme cuenta?¿De qué?
-  Parece mentira que después de tanto tiempo no lo sepas. ¿sabes? Creí que eras más espabilado...Pues que tú y yo somos la misma persona, sólo soy producto de tu imaginación.

Y entonces fue cuando lo maté.

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